miércoles, 2 de enero de 2013

La democracia no existe · En defensa de una democracia


LA DEMOCRACIA NO EXISTE
EN DEFENSA DE UNA DEMOCRACIA

Definir lo que es la democracia supone pensar que existe una definición exacta de lo que es la democracia. Las múltiples visiones de lo que significa este término así como los modos para alcanzarlo nos hacen suponer que no hay un modo objetivo para establecer lo que significa esta palabra a la que tantos sistemas occidentales hacen alusión. Hoy vemos la democracia desde nuestros ojos contemporáneos, pero la existencia de decenas de modelos y teorías que giran en torno a la democracia han hecho perder a este término todo su sentido y por lo tanto, tratar de alcanzar un sistema democrático no depende de unos cánones establecidos, sino que depende de la interpretación y la ideología de quien lo mire. Podríamos hablar de lo que es nuestro modelo de democracia, pero ello no es la democracia, sino un modelo más de democracia. Y es que la utilización de este término en el lenguaje cotidiano ha creado una vulgarización del uso del mismo.
Es lo que en politología se suele llamar “conceptual stretching” o “estiramiento conceptual”, que es la producción de una confusión respecto al significado originario del término por el aumento de las definiciones o denotaciones del mismo, lo cual provoca que se le vacíe de contenido.

Si pudiésemos explicarle nuestra democracia a un habitante ateniense de la época dorada de la democracia en Atenas seguramente nos diría que lo que nosotros tenemos, la democracia representativa en la que la política está profesionalizada, no es una democracia como tal, sino otro modelo muy diferente. Porque mientras los atenienses apostaron por un sistema de participación directa de los ciudadanos de la polis (ciudadanos que eran hombres adultos no inmigrantes, es decir, ni mujeres, ni niños, ni inmigrantes), nosotros hemos desarrollado un sistema de representación de los distintos sentires de la población de nuestras naciones-estado.
No obstante, si hoy los países occidentales miramos hacia Atenas y nos preguntamos si consideramos a aquello como una democracia, nuestra respuesta será que no. Y la respuesta no puede ser otra, puesto que ese sistema ateniense excluía de la esfera de lo público a las mujeres, a los menores de edad y a todos los extranjeros que habitaban en la polis griega. Eso hoy nos parecería un régimen atrasado, puesto que desde nuestra mirada contemporánea la extensión del sufragio a todos los ciudadanos, sean hombres o mujeres, es el mayor de los síntomas de que vivimos en una democracia.

No obstante, decir que vivimos en un sistema democrático no deja de ser una contradicción con mi idea principal, puesto que mientras unos dicen que lo es, otros dicen que no, y ambos tienen razón, porque la definición de la democracia depende de la concepción de ese término que tenga cada uno. Es por ello que todas las interpretaciones de la democracia son válidas y a la vez inválidas, puesto que siempre habrá quien no esté de acuerdo con la idea de que lo que tenemos hoy en los países occidentales y más concretamente en España es una democracia. Y puesto que no exista un modelo de lo que es la democracia, sino que existen muchos modelos de lo que es una democracia a lo máximo que podemos aspirar es a explicar lo que es para nosotros una democracia y esperar a que el resto de los ciudadanos compartan nuestra postura y quieran así ponerla en marcha.
Tanta es la inseguridad a la hora de tratar el término que podemos afirmar con rotundidad que democracia es aquello que queremos que lo sea. Así, el régimen nacional-católico de Franco se consideró a sí mismo como una “democracia orgánica” y el régimen de Corea del Norte se autodenomina como una “república popular democrática”.
Es por ello que yo aquí no voy a explicar lo que es la democracia, sino lo que para mí es un sistema democrático.

Una democracia es un sistema por el cual, en primer lugar, los ciudadano (el demos) tiene el poder (krátos) para elegir a sus gobernantes y al poder legislativo mediante unas elecciones periódicas, libres e iguales mediante sufragio universal. Dentro de nuestros sistemas de naciones-estado no es posible pensar en una democracia directa por la que la ciudadanía sea la que, directamente, legisle y tome las decisiones políticas, puesto que ese sistema directo sólo es aplicable a pequeños núcleos de población, y no a los grandes países. Por lo tanto, el elemento esencial y básico de una democracia es que el pueblo tenga el poder de elegir a sus representantes en las cámaras legislativas. Mediante este importante elemento se puede producir un ejercicio de toma de decisiones indirecto y de rendición de cuentas directa en las urnas e indirecta mediante el debate entre los propios representantes. No obstante a este término de democracia, que es el pilar fundamental, debemos añadirle otros muchos que actúan como complementos necesarios de lo ya dicho.
Esos complementos necesarios son la libertad de prensa, como medio para permitir la libre formación del pensamiento y de la opinión individual de los ciudadanos (aunque la prensa política debe contribuir a la culturización de la población mediante el trato de calidad de los temas políticos, no ha generar los tres pecados de la democracia: la utopía, el populismo y la demagogia); la libertad de expresión, para permitir el libre debate público de ideas y posicionamientos políticos, no obstante, esa libertad de expresión ha de tener unos límites para no dar lugar a discursos que fomenten el odio, el conflicto o el ataque agresivo contra una parte de la población. La decisión de dónde colocamos esa barrera de la libertad de expresión será el punto en el que se haga un daño grave a la otra parte de la discusión. Así, en nuestro derecho reconocemos formas repudiables de expresión, como son la utilización de la injuria, la calumnia o la responsabilidad de un sujeto por dañar el honor, la intimidad y la propia imagen de otro.
Mediante estas premisas llegamos a la necesidad del respeto de la ley y de la creación de un marco legal y constitucional para salvaguardar los principios máximos de libertad. De modo que la existencia de una Constitución elegida por la ciudadanía de un modo directo es también un principio sine qua non para la consideración de un sistema como democrático. Por tanto deducimos de esto que un sistema con una Constitución elegida directamente mediante referéndum es un sistema democrático, puesto que se organiza en torno a un marco legal que ha sido aceptado por una mayoría de los ciudadanos.

Para la construcción de una democracia debemos asumir que el demos está suficientemente capacitado para poder elegir a sus representantes y a su gobierno, y debemos hacerlo porque de lo contrario un sistema democrático devengaría en inútil, corrupto y deforme. Sólo con una ciudadanía formada y capaz es lógico desarrollar una democracia, puesto que lo contrario sería contar con una ciudadanía populista, manipulable y arengable, que es sin duda la peor de las democracias. Un país democrático, por tanto, ha de luchar por erradicar la utopía, el populismo y la demagogia, tres problemas de las actuales democracias occidentales.
Siguiendo con esta dinámica, el mejor modelo de democracia es aquel en el que la ley tiene fuerza, y esa fuerza se le otorga a la ley si quienes la deciden tienen la legitimidad que da el voto en las urnas. La ley es un instrumento de control tanto del poder como de la propia ciudadanía, es el medio por el cual el pueblo se da unas reglas de convivencia que permiten el libre desarrollo de la personalidad. En este punto, comparto la reflexión maquiaveliana de que el hambre y la pobreza hacen ingeniosos a los hombres, y las leyes les hacen buenos. Y ha de añadirse que la libertad de autodesarrollo debe conducir a un sistema meritocrático a través del cual no es más el que es más débil o el más fuerte, sino el que por sus méritos es el mejor.
Llegados a este punto debemos preguntarnos si queremos una democracia en el que la decisión de la mayoría se imponga a la minoría o si, por el contrario, queremos un sistema democrático en el cual se asegure a los pensamientos minoritarios. Bajo mi punto de vista el mejor sistema democrático es aquel en el que los excelentes gobiernan, en el que la ciudadanía elige a sus representantes y estos son los mejores. No podemos sostener a gobiernos en los que haya individuos encargados de dirigir una política de la cual no sean expertos, no podemos tener un sistema por el cual personas sin formación superior dan órdenes y legislan por encima de los sabios e intelectuales. Son los excelentes los que han de ocupar los distintos ministerios, auténticos profesionales de su campo que sean capaces de llevar a cabo medidas útiles y correctas sin dejarse llevar por el populismo, la demagogia o la utopía.
Es por ello que no debe haber limitaciones a los electores para que lo sean (como pretendía Mill aportando una idea de que el voto de los sabios y excelentes era más valido, aunque no puedo negar que en ocasiones sea una buena idea pensar en qué clase de persona deposita su voto en una urna), sino a los elegidos para que no caigan en los tres mencionados pecados de la democracia (utopía, demagogia y populismo). Esta visión que he mostrado muestra grandes coincidencias con el discurso de J.S. Mill de la tiranía de la mayoría, y yo soy un profundo defensor de esa visión intelectualista de la política por la cual sólo los excelentes deben gobernar a la masa.
Eso sí, como asumimos que la masa ha de elegir a los excelentes, debemos crear una sociedad que tenga los conocimientos mínimos para poder elegir correctamente, debemos educar a la ciudadanía para que abandone su posible idiotez (en el sentido etimológico francés de la palabra, es decir, “sin educación” o “ignorante”; y también en el sentido etimológico griego de “persona que no se preocupa de los asuntos públicos”). Porque si la ciudadanía no abandona su idiotez, el poder político tampoco lo hará jamás.

La democracia no pretende ni ha de pretender la igualdad de todos los ciudadanos, sino la participación de todos los ciudadanos desiguales para la elección de los excelentes. El ser humano está formado de individuos que no son iguales ni biológica ni intelectualmente, y pretender igualarlos implica restringir su libertad de pensamiento. La igualdad significa la imposición de un ideal sobre el resto y representa todo lo contrario a lo que es la democracia, es decir, la libertad para pensar distinto, para expresar ideas distintas o para ser distintos a todos los niveles, incluso el nivel económico. Imponer la igualdad económica significa dar carpetazo a la idea de meritocracia, una idea que como dijimos es fundamental para aumentar en calidad democrática. Por tanto, si queremos reducir la polarización económica de la sociedad no debemos imponer la igualdad, sino que debemos permitir que la meritocracia haga su trabajo libre y efectivamente.
No obstante, debemos admitir algunos ámbitos donde exista la igualdad, estos terrenos igualitarios serán la igualdad de derechos y obligaciones que comentaba Rousseau, la igualdad para poder acceder al poder o de ascender social y económicamente mediante el mérito, y la igualdad  de las personas frente a la ley y la justicia. Eso sí, debemos atender a la definición del grado de igualdad en estos ámbitos. Así, ha de ser la Constitución nacida de la voluntad popular la que decida en qué grado se permite la igualdad en estos ámbitos.


Por último quiero finalizar con algunos pequeños apuntes a modos de conclusión: un sistema democrático es aquel sistema que se da para sí el propio pueblo, un sistema por el que los ciudadanos eligen a los excelentes para que gobiernen, legislen, debatan y representen los distintos sentires de la población. La democracia es ese sistema de libertades que permite la autorrealización individual dentro de una vida pacífica colectiva. Y por último, una democracia es un sistema que lucha para que sus tres pecados: la utopía, la demagogia y el populismo, no invadan el escenario de la política.
Aunque, como bien decía al comienzo de este ensayo, esta es sólo mi idea de lo que ha de ser una democracia, y no de lo que es la democracia como tal.

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